Sunday, October 9, 2016

Pentecost 21, 2016: Our divine work

This sermon was preached in Spanish at La Capilla de Santa Maria, Hendersonville, NC. The audio is Spanish. The text is posted below in Spanish and in English.

Lectionary: 2 Kings 5:1-3, 7-15c; Psalm 111; 2 Timothy 2:8-15; Luke 17:11-19



(Note: if the link above doesn't work on your device, click this LINK)

En el nombre del Dios, Padre, Hijo, y Espiritu Santo. Amen.

SPANISH:

Hoy nuestras Escrituras ofrecen dos historias diferentes de curación,las dos son de leprosos extranjeros. En esos días, un leproso era exilado de su familia y comunidad para prevenir que la enfermedad se transmitiera. Fue una existencia de soledad y vergüenza.

Un leproso tenía que mantenerse a 50 pasos de otras personas y gritar “leproso” si una persona se acercaba. No podían trabajar y tenían que mendigar por su comida. La mayoría de la gente consideraba la lepra como un castigo de pecado.

El primer leproso que se menciona es Naaman, un gran y poderoso comandante militar. Su lepra estaba en etapa inicial, pero si progresara lo hubiesen exilado y perdería su posición de poder.

Oyendo sobre su condición, una joven esclava que servía a la esposa de Naaman ofreció consejo:¿Porqué Naaman no va a ver al profeta de Dios en Samaria? El podría curarlo.

Así que Naaman fue a buscar a este profeta, llevándole una ofrenda de obsequios costosos demostrando su importancia con esplendor militar. Pero cuando Naaman llegó, Eliseo no salió a verlo. En ves, lo mandó a bañarse siete veces en el Rio Jordán.

El poderoso Naaman se siente ofendido. ¿Eso es? ¿Vine esta distancia a bañarme en el rio? ¡Pude haber hecho eso en mi casa! ¡Nuestros ríos son mejores! Naaman sale pisoteando con rabia; su orgullo esta ofendido y han desaparecido sus sueños de un glorioso regreso a su casa después de una milagrosa curación.

Naaman al fín acepta hacer lo que Eliseo le mando a hacer y fue curado. Sin pompa y sin celebración – solo una cura, y un poco de vergüenza frente a sus soldados.

La curación divina es mucho más que la reparación física. Es siempre un acto de reconciliación. Es la restauración completa de vida y relaciones.

El segundo leproso de quien oímos está en el Evangelio de Lucas. Una comunidad de diez leprosos vio a Jesús acercándose, y como requiere la ley, gritaron su presencia. Conociendo la reputación de Jesús, ellos pidieron misericordia. Ellos habían oído de la compasión de Jesús y las curaciones milagrosas que él había hecho, y ellos esperaban que él hiciera lo mismo con ellos.

Y así, Jesús lo hizo. Jesús les dijo que se presentaran a los sacerdotes que por ley podían declararlos limpios y les permitían regresar a sus familias, comunidades, y sus trabajos. Cuando iban al pueblo a ver los sacerdotes, los leprosos notaron que su piel se había curado.

Nueve de ellos fueron a los sacerdotes. Uno regresó a darle las gracias a Jesús. Este era un extranjero – y esto es importante porque los extranjeros eran odiados.

Ellos no sabían ni seguían la ley Judía. Ellos tenían diferentes costumbres, comidas, vestimentas, y formas de hablar y de rezarle a Dios.

El extranjero no conocía la ley Judía pero sabía la presencia de Dios que él encontró en Jesús. Humillándose ante Jesús, él dio las gracias, dándole gloria a Dios. Siendo justo a los otros nueve, ellos estaban haciendo lo que Jesús les dijo.

Sin embargo, lo que impresionó a Jesús fue que este extranjero que estaba acostumbrado a ser odiado, maltratado y humillado, tuvo el coraje de responder a un impulso interno de regresar a Jesús para regresar a la Presencia Divina que le había restaurado a una vida completa. Y Jesús lo comendó por haber vuelto, diciendo, “Levántate y sigue tu camino, tu fe te ha restaurado por completo.”

Siendo fiel no es conociendo las reglas, siendo parte de un grupo aceptado, ni siendo obediente. La fe es un impulso interno que nos obliga acercarnos a la Presencia Divina que encontramos en Jesús. En esa presencia gloriosa, solo podemos dar gracias humildemente –
sin importar quienes somos.

No es probable que los judíos aceptaron a este extranjero, aún cuando su piel estaba curada. Pero, ¿cree usted que esto le importó al extranjero? El había estado en la presencia de Dios en Jesús, y fue hecho completo – en su cuerpo y su vida. Su vida cambiaría para siempre, en adición de las vidas de todas quienes el conocería y con quienes hablaría.

En su carta a Timoteo, San Pablo nos recuerda presentarnos a Dios con la cabeza alta. Sin importar nuestras circunstancias o la condición de nuestra jornada de fe, no debemos tener vergüenza porque somos amados por Dios.

Cuando el mundo hace esto difícil de recordar, nuestra fe nos obligará regresar a la presencia de Dios en Jesús Cristo, quien nos hará completos. La iglesia es donde logramos esto. Nos reunimos con nuestra familia de fe cada domingo para entrar en la presencia de Dios en Cristo, dar las gracias, alimentarnos con la Palabra y Sacramento, y ayudarnos a recordar la Buena Noticia que somos amados.

Entonces nosotros, como el cuerpo de Cristo y como miembros individuales de él, somos hechos completos. Y estando enteros nos da un propósito – una misión – que nuestro Catecismo dice es: “llevar a cabo el trabajo Cristiano de reconciliación en el mundo” (BCP, 855)

San Francisco de Asis dijo así: “Hemos sido llamados a sanar heridos, restablecer lo que se ha quebrado, y traer a casa los que han perdido su camino”

Para hacer eso, no tenemos que ser poderosos ni ser aceptables al mundo. Solo tenemos que ser fieles.

Así, como nuestro Salvador, Jesús Cristo le dijo al leproso, es hora de levantarnos y seguir nuestro camino; nuestra fe nos ha hecho completos, y tenemos trabajo divino que hacer.

Amen.

ENGLISH:

Our Scriptures today offer us two very different healing stories, both involving lepers who are foreigners. In those days, a person with leprosy was exiled from his family and community in order to keep the disease from spreading. It was a lonely, shameful existence.

A leper had to keep at least 50 paces away from other people and call out “Leper!” if someone came near. Unable to work, they were forced to beg for their food. Most people considered leprosy to be punishment for sin.

The first leper we hear about is Naaman, a great and mighty military commander. His leprosy is in its early stages, but if it progresses, he’ll be exiled and lose his position of power.

Hearing about his condition, a young Israelite slave girl serving Naaman’s wife offers some advice: Why doesn’t Naaman go see the prophet of God in Samaria? He could cure him.

So Naaman goes off to find this prophet, bringing an offering of expensive gifts and showing off his importance with military pageantry. But when Naaman arrives, Elisha doesn’t even come out to greet him. Instead, he instructs Naaman to wash in the River Jordan seven times.

The powerful Naaman is highly insulted. ‘That’s it? I came all this way to wash in the river? I could’ve done that at home! Our rivers are better!’ Naaman stomps off in a rage; his pride wounded and his expectation of a glorious homecoming following a miraculous cleansing – gone!

Naaman eventually submits, does as Elisha commanded, and is healed. No pomp, no circumstance – just a cure, and a bit of embarrassment in front of his soldiers.

The thing about divine healing, though, is that it is so much more than physical repair-work. It is always an act of reconciliation. It’s a restoration to wholeness of life and relationship.

The second leper we hear about is in Gospel of Luke. A community of ten lepers sees Jesus approaching and, as required by law, call out their presence. Knowing Jesus’ reputation, they also called out for mercy. They had heard about Jesus’ compassion and the miraculous healings he had already done and they were hoping he would do the same for them.

And he did. Jesus tells them to present themselves to the priests who, by law, can declare them clean and allow them to return to their families, their communities, and their jobs.

As they head toward town to see the priests the lepers notice that their skin is clean. Nine of them go on to the priests. One returns to Jesus, giving thanks.This one was a foreigner – and that’s important – because foreigners were hated.

They didn’t know or keep Jewish law. They had different customs, different food, different clothing, different ways of talking about and praying to God.

The foreigner may not have known Jewish law,but he knew the presence of God, which he found in Jesus. Humbling himself at Jesus’ feet, he cried out his thanks, giving glory to God.

To be fair, the other nine were doing as Jesus told them, but what moved Jesus, was that this foreigner, who was used to being hated, mistreated, and humbled, had the courage to respond to an inner prompting to return to Jesus, to return to the Divine Presence that had restored him to wholeness of life.

And Jesus commended him for it, saying, “Get up and go on your way; your faith has made you whole.”

Being faithful isn’t about knowing the rules, being part of the acceptable group, or even about being obedient. Faith is an inner prompting that compels us to draw close to the Divine Presence, which we find in Jesus. In that glorious presence, we can only give humble thanks –no matter who we are.

It isn’t likely the Jews accepted this foreigner, even once his skin was clean. But do you think that mattered to him? He had been in the presence of God in Jesus, and was made whole - in his body and his life. His life would be forever changed by that, along with everyone he knew and told about it.

In his letter to Timothy, St. Paul reminds us to present ourselves to God as one approved. Whatever our circumstance or the condition of our faith journey, we have no need to be ashamed because we are beloved of God.

When the world makes that hard to remember, our faith will compel us back into the Presence of God in Jesus Christ, who will make us whole.

The church is where we do that. We gather with our family of faith each Sunday to come into the presence of God in Christ, give our thanks, be fed by Word and Sacrament, and help each other remember the Good News that we are loved.

Then we, as the body of Christ and as individual members of it, are made whole. And our wholeness gives us a purpose - a mission – which our Catechism says is: “to carry on Christ’s work of reconciliation in the world.”

St. Francis of Assisi said it like this: “We have been called to heal wounds, to unite what has fallen apart,
and to bring home those who have lost their way.”

To do that, we don’t have to be powerful or even acceptable to the world.We only have to be faithful.

So, as our Savior, Jesus Christ said to the leper, it’s time for us to get up and go on our way; our faith has made us whole, and we have divine work to do!

Amen.